¿Otra vez panquecas?
Reflexión de cómo el desayuno puede ser un síntoma de que te estás quemando.
Todas las mañanas, durante el colegio, es lo mismo.
Suena el despertador y empieza esa coreografía caótica que ya uno tiene memorizado: despertar a los niños (o al menos intentarlo), negociar con argumentos casi jurídicos por qué tienen que ir al colegio, buscar fichas desaparecidas, resolver crisis existenciales por la chaqueta cuando estamos empezando el verano pero todavia hace como 14 grados…
Todo eso en apenas una hora y media que se siente como un episodio acelerado de un reality show donde el participante tiene solo 60 minutos para salvar su vida. Uno siente ese cronometro de numeros rojos en cuenta regresiva metiendote caña para que te apures…
Y en medio de ese caos, hay un momento que debería ser simple, incluso bonito: el desayuno.
Pero no.
El desayuno es el instante más plano, más monótono, más predecible del día.
No porque no haya cariño, sino porque ya no hay ideas.
Las opciones son siempre las mismas: arepas, panquecas, tortilla francesa, pan tostado, fruta.
Uno pregunta qué quieren —porque ahora somos “padres conscientes” que validamos los gustos de sus hijos— y termina haciendo dos desayunos distintos… para que encima uno te mire con decepción y diga: “¿Otra vez panquecas?”
Antes no era así.
A mí me daban desayuno. Punto.
No había encuesta de satisfacción ni opción de menú.
Si preguntabas qué había, te respondían: desayuno.
Y uno se lo comía sin drama.
Pero los tiempos han cambiado.
Fue ahí, frente a la sartén, preparando la misma arepa de siempre, cuando sentí algo parecido a una premonición silenciosa: esto se parece demasiado al trabajo.
Porque el desgaste profesional no llega de golpe.
Se cuela poco a poco, disfrazado de rutina.
Reuniones que se repiten.
Ofertas comerciales que ya no emocionan ni al cliente ni a ti.
Presentaciones recicladas que uno ni recuerda cuántas veces ha usado.
Te sientas con un cliente, le muestras el catálogo, y te devuelve la misma cara que tu hijo al ver panquecas por tercera vez en la semana: una mezcla de resignación y leve fastidio.
Y ahí te lo preguntas, casi con miedo:
¿Me quedé sin imaginación?
La respuesta —aunque duela— muchas veces es sí.
Porque la rutina anestesia.
Nos vuelve prácticos, eficientes… pero menos creativos.
Nos convencemos de que repetir lo que funciona es una estrategia segura, hasta que un día simplemente deja de funcionar.
Hasta que el cliente ya no abre tu correo. Hasta que tu hijo dice que prefiere irse sin desayunar.
Entonces lo ves con claridad: no necesitas solo reinventar tu portafolio.
Necesitas recuperar las ganas.
Porque sí, hay productos estrella que nos salvan.
En mi caso es el yogurt con granola: rápido, confiable, sin mucha queja.
Pero no se puede vivir de eso para siempre (también tengo que alimentar a mis hijos).
Hay que probar.
Proponer algo distinto, salir con una idea inesperada.
Algo que al menos haga levantar una ceja.
Porque si no lo haces tú, alguien más lo hará.
Y te vas a quedar con tu catálogo viejo… y tu plato de panquecas frías que terminas comiéndote tú, porque… la comida no se bota.
Así que no, esto no es una receta mágica ni una propuesta radical.
No se trata de volverse un super chef de algún estrella michellin de un día para otro ni de lanzar campañas disruptivas todas las semanas.
Es algo más íntimo: reconocer cuándo estás en piloto automático.
Darse cuenta de que llevas semanas actuando igual, pensando igual, reaccionando igual.
Y que eso —aunque funcional, aunque cómodo— te está apagando por dentro.
A mí me ha pasado más de una vez... y alguna vez más, seguro. Lo curioso es que no siempre lo noto en el momento.
A veces es en medio de una reunión cuando me escucho hablar y sueno a mí mismo… pero en automático.
Como si estuviera repitiendo un discurso que alguna vez preparé con entusiasmo, pero que ahora solo recito por inercia. Te sientes como ese juguete, tipo Woody de Toy Story, que tiene grabada 2-3 frases grabadas y es lo único que dice es: “Hay una serpiente en mi bota!” o “Eres mi alguacil preferido!”.
Es una sensación extraña: estar presente, pero no conectado.
Y en esos momentos, he aprendido que no sirve forzar la creatividad ni exigirme ser más original por obligación.
Lo que me ha funcionado es hacer espacio. Darme un respiro.
Cambiar de entorno, leer algo fuera de mi área, salir —aunque sea un rato— del circuito habitual.
Porque solo cuando hay lugar, las ideas nuevas se atreven a entrar. Por alguna extraña razón siempre dicen que las buenas ideas salen en la ducha.
Tiempo para leer sin propósito. Para hablar con alguien que vea el mundo de otro modo.
Para callar, literalmente, aunque sea en el coche con los niños dormidos atrás.
Incluso aburrirte un poco —porque a veces, del aburrimiento surge una idea. Una buena. Una propia.
También me ha servido recordar por qué empecé en esto.
Volver al primer cliente, a esa idea que me desvelaba.
A veces basta con eso para que algo se encienda.
Y otras no. Y toca arremangarse y salir a buscar otra chispa.
Un enfoque nuevo. Una forma más liviana.
O simplemente una conversación honesta donde alguien te pregunte: “Esto que haces, ¿todavía te emociona?”
He probado cosas que no salieron bien.
Presentaciones que no conectaron. Ideas mal entendidas. Propuestas que murieron sin respuesta.
Pero al menos me sentí en movimiento.
No quedándome quieto frente a mi plato de panquecas tibias esperando que alguien me aplaudiera por cumplir. Pero también tengo que admitir que muchas veces me voy arriba con esas pequeñas acciones porque proyecto cosas que no terminan pasando… pero lo intenté
Porque al final, esto no es solo trabajo.
Es parte de tu vida.
Y si vas a invertir tiempo, energía y partes de tu imaginación en algo, que al menos te diga algo a ti.
Que te recuerde que estás cocinando para alguien a quien amas, necesita alimentarse bien y está con hambre. Empezando por ti mismo.
Así que no se trata de impresionar. Se trata de no olvidarte de lo que te da hambre.
De lo que te da ganas.
Y si eso implica fallar un desayuno, quemar unas ideas o escuchar el temido “eso tiene cara de brócoli”, pues que así sea.
Siempre vas a poder volver a las panquecas.
Pero que no sea por costumbre.
Que sea porque lo elegiste.
Mataría por unas panquecas de desayuno con frecuencia
Muy bueno 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?